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Rotonda de la Avenida de Miguel Induráin Murcia

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“Espero que guste a la minoría cuya opinión artística me interesa, y que no guste nada a toda esa mayoría de gente cuya opinión no me importa nada”. José Lucas (n. 1945), sobre su obra. a lo dijimos alguna vez. Satán fue pintor antes que arquitecto. Hoy en día los infieles discuten acaloradamente sobre los cuernos de la Abominación, que surgen del suelo envenenado de nuestras ciudades, infectando el horizonte. Y sí, los adifisios más dañinos emergen directamente de la espalda de Satán. Pero ¡ay! La duda, la sempiterna duda que habita el corazón humano, aún sobrevuela la harquiteztura. ¡Aún encontramos idiotas renuentes al hormigonaco y el corten, y hasta infelices arquitectos que reniegan de nuestro oscuro Señor y pretenden embellecer el mundo! Pero en las artes plásticas, amigos míos, ya hace casi un siglo que Satán es el único rey. Hace casi un siglo que Duchamp allanó el camino para que Hél entrase en Xanadú y despanzurrase a las musas. Una a una, fueron mancilladas, violadas, muertas y profanados sus cadáveres. Y sus entrañas, envasadas al vacío, se muestran hoy en las blancas salas de los museos de arte contemporáneo de todo el Orbe. Ni Le Corbusier ha soñado tan grande hermandad con el Vajísimo. or eso cuando las artes plásticas y la arquitectura se juntan, Belcebú baila en círculos. Efectivamente, las rotondas son la expresión más redonda del Mal. Construcciones  desmedidas que infectan nuestras carreteras, aunando arquitectura, ingeniería, urbanismo, jardinería, política, choriceo… y por supuesto arte. Arte con mayúscula. Con A de Anticristo. Si un arquitecto es ya buen siervo de Satán, ¿qué podemos decir de un pintor? El arte de los pintores está podrido, destruido hasta sus cimientos y Satán es su señor desde hace más tiempo. Por eso, cuando un pintor desata la malignidad que lleva dentro, nadie puede igualársele. Jack el Destripador probablemente era un pintor: W. R. Sickert, pero también Adolf Hitler o Bush JR rindieron culto al Vajísimo inmolando sus lienzos primero. ¡Temblad, oh, alimañas! Cuando un pintor se mete a hacer una rotonda, logra algo que los mayores arquitectos envidian: la total comunión con el Malijno, que expresa toda su depravación a través de ellos. Ningún detalle se descuida: colorido, textura, forma… todo en el centro de estos círculos fatales es llanto y rechinar de dientes. La malignidad nos atenaza y muy probablemente nuestra vida deje de ser valiosa para nosotros mismos. Nada peor que un pintor satanizando el entorno. no de estos casos, quizá el más canónico, es el de la afamada rotonda ovra del pintor José Lucas, en Murcia. La que él llamó “Homenaje a los poetas”, quizá pensando en Percy Shelley o Lovecraft, y que tuvo su precursora en el engénder intitulado “La Luna y el Viento”, por la misma zona. A diferencia de otros perpetradores, que se esconden bajo una vergonzante modestia en plan “yo sólo soy el brazo de Hél” o “soy un mero artesano”, Lucas desafía, orgulloso, a la Humanidad. Pretende que sus “obras” duren siglos. Milenios, joder. Y ¡oh, insensibles! quien no gusta de su arte atroz no merece vivir. Exhibe las maneras de un moderno Miguel Ángel, y su terribilità, en las numerosas entrevistas que ha concedido, amedrenta a sus críticos, que acaban como despojos, arrastrándose por las aceras de la avenida de Miguel Indurain. Satán, henchido de vanidad, jamás pudo encontrar mejor defensor. través de sus manos, garabateado en una acuarela de estudiada grosería (o simple impericia, quizá), surge desde las heridas de la tierra un boceto en el que se adivina ya la agresividad de la obra final. Algunos de los sobrenombres que le ha puesto el pueblo a esta rotonda dan cuenta de ello: “El Monstruo” “Basura imantada” “Homenaje a la antena parabólica” “Mami, ¿eso qué es?” “Eduardo Manostijeras” “Homenaje a los chatarreros de Rumanía”… oy, este “Monumento a los poetas” es una referencia absoluta para las bestias del averno. La propia visión de este teratocarcinoma de hierro de 35 toneladas produce trastornos mentales. Su perímetro horada la sensibilidad humana al ser recorrido en coche. Su magnetismo produce interferencias. El viento al estrellarse contra los cuchillos de acero, salientes y pinchos brillantes de su superficie, se vuelve un estertor horrísono. Si un paracaidista tuviese la mala suerte de caer sobre este amasijo de hierrajos quedaría ensartado, atravesado su cuerpo por varios sitios, desgajados sus miembros y esparcidas sus miasmas por doquier. Ni siquiera los asesinos de ISIS podrían concebir mayor espanto. De tan extrema, su monstruosidad resulta hasta poética. Quizá ahí esté el homenaje.  

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